De Gaza al conflicto global: Guerra capitalista y solidaridad internacionalista

Gaza: de un ataque genocida a desplazamientos masivos y limpieza étnica

 

Traducción: Biblioteca Autónoma Laín Díez (Chile)

 

Durante más de 20 meses, Israel ha lanzado un ataque sin precedentes contra la población palestina de Gaza. La guerra librada por Israel se dirige deliberadamente contra objetivos civiles, adquiriendo proporciones genocidas y destruyendo casi por completo infraestructuras, viviendas, hospitales, escuelas y vidas humanas. Ha provocado el desplazamiento masivo de palestinos de sus hogares, con el objetivo final de llevar a cabo una limpieza étnica que facilite la expansión de los asentamientos bajo la visión de establecer un “Gran Israel”. Simultáneamente, las operaciones militares de Israel en Gaza y en la región en general (Líbano, Siria, Irán) sirven de punta de lanza para que el bloque imperialista “occidental” cambie la dinámica de poder e imponga un nuevo orden en Medio Oriente, directamente vinculado al conflicto más amplio entre bloques imperialistas. Evidentemente, estas operaciones militares han dado sus frutos, debilitando a Hezbolá en el Líbano, contribuyendo a la caída de Assad, disminuyendo la influencia de Rusia en Siria y asestando importantes golpes a Irán.

La expansión de la guerra en Medio Oriente: crisis capitalista y rivalidad imperialista

Esta expansión de la guerra en Medio Oriente, con el apoyo activo de Estado Unidos y su participación directa en el conflicto militar, marca una escalada cualitativa. El peligro de una guerra regional más amplia y, posiblemente, mundial es ahora más real que nunca, como lo demuestran la continua guerra entre Ucrania y Rusia, la creciente tensión en el Mar del Sur de China entre China y Taiwán, el conflicto entre Pakistán y la India, el rápido rearme de los países europeos y el intento de fortalecer el militarismo y la militarización de la sociedad en todo el mundo. Es la crisis capitalista la que impulsa el aumento de la rivalidad interestatal y la escalada de los conflictos militares. La guerra actúa como “destrucción creativa” y como mecanismo para superar el estancamiento y reproducir la dominación capitalista, entre otras cosas, mediante la limpieza violenta de un proletariado excedente.

Los palestinos de Gaza como proletariado excedente y las múltiples facetas del racismo antipalestino

Esto describe con precisión la condición de la abrumadora mayoría de la población palestina de Gaza. En la década de 1980, casi el 45% de la población de Gaza trabajaba en Israel en empleos mal pagados y sin derechos laborales. Completamente privados de las protecciones otorgadas a la clase trabajadora israelí, los palestinos servían como ejército de reserva de mano de obra barata. Durante la década de 1990, los trabajadores palestinos fueron reemplazados cada vez más por migrantes de Tailandia, Filipinas y Rumania, que hoy representan la mano de obra más explotada en Israel, a menudo ganando incluso menos que los palestinos. Desde 2007, con el bloqueo total de Gaza por parte de Israel y Egipto, y el establecimiento de un estado de sitio, hasta el 7 de octubre de 2023, el número de residentes de Gaza que trabajaban en Israel se redujo a sólo el 1% de la población. La economía de Gaza sufrió un daño masivo, con importaciones y exportaciones realizadas sólo ilegalmente a través de túneles en la frontera egipcia, lo que llevó a una tasa de desempleo en torno al 50% y a que casi la mitad de la población de Gaza dependiera exclusivamente de programas de ayuda humanitaria para sobrevivir. Es evidente que esta población representa un proletariado excedente totalmente desechable tanto desde la perspectiva de la economía israelí como de la imposición de la “pureza nacional” en la región. Esto ha fomentado un racismo extremo contra la población palestina de Gaza dentro de la sociedad israelí, llegando al punto de deshumanización. Los palestinos son etiquetados como “animales humanos”, e incluso el presidente de Israel, afiliado al Partido Laborista, declaró que en Gaza “no hay inocentes”. Esta ideología nacionalista de Estado legitima aún más la masacre y la guerra dentro de la sociedad israelí, construye la narrativa defensiva que el Estado de Israel necesita para justificar la agresión militar en Gaza y articula las ambiciones expansionistas territoriales de Israel.

Sin embargo, el racismo antipalestino también existe en muchos países árabes. La mayoría de los refugiados palestinos permanecen indocumentados y apátridas en los Estados árabes vecinos, a menudo confinados en campos de refugiados sin libertad de movimiento. Son tratados como forasteros, como una carga para la economía local y como un “cuerpo extraño” frente a la población local, como ocurre hoy con los refugiados en todo el mundo, sirviendo como chivos expiatorios de los males sociales. Además, son vistos como una fuerza desestabilizadora, con segmentos políticamente radicalizados de refugiados palestinos históricamente involucrados en conflictos armados con las autoridades estatales (por ejemplo, “Septiembre Negro” en Jordania), participando en la guerra civil del Líbano, y apoyando a Irak durante la invasión de Kuwait, lo que resultó en el desplazamiento de entre 300.000 a 400.000 palestinos de Kuwait después de 1991 y restricciones migratorias más estrictas en otros Estados del Golfo. Los proletarios palestinos han sido tratados sistemáticamente por los Estados árabes como peones y no como seres humanos en el tablero diplomático y militar de Medio Oriente.

En Europa y, más ampliamente, en el mundo “occidental”, el racismo antipalestino se ha visto reforzado en los últimos años como una versión de un racismo más amplio contra los musulmanes, promovido sistemáticamente en los últimos años tanto por las teorías de extrema derecha del “gran reemplazo”, como por el pánico moral cultivado por los gobiernos —tanto socialdemócratas como de derechas— ante la entrada de musulmanes en Occidente. El descontento por el declive del nivel de vida se dirige así hacia los segmentos más vulnerables de nuestra clase, desviando la ira de las relaciones sociales capitalistas. En estas odiosas narrativas racistas se presenta a Israel como un baluarte de la “civilización occidental” contra la “barbarie islámica”. Esto parece paradójico, dado que la retórica de extrema derecha que atribuye los planes de “sustitución de población” a la “élite global” es estructuralmente antisemita. Por el contrario, la solidaridad con los palestinos, que también ha crecido dentro de los grupos sociales más progresistas, frecuentemente carece de contenido de clase y se articula sobre la base de una mitología reaccionaria acerca del carácter revolucionario de Hamás y sus organizaciones aliadas, que en realidad representan políticas de opresión nacionalistas y capitalistas, a menudo estrechamente vinculadas a una ideología religiosa estatista. Hemos visto cómo esta posición se desarrollaba aún más con el apoyo abierto de Estados como Irán y Rusia, es decir, el apoyo de uno de los campos imperialistas. En cuanto a Hamás, no cabe duda de que es el personal político y militar de una sección de la clase dominante palestina que ejercía el poder en Gaza. Como tal, participó en la explotación del proletariado palestino tanto como fuerza de trabajo —mediante la imposición de impuestos y aranceles sobre el comercio realizado a través de los túneles— como mediante la extracción de ingresos procedentes de la gestión de la “ayuda humanitaria” para las necesidades de la población y el apoyo financiero de Irán y Qatar. Hamás y sus organizaciones afiliadas tienen el monopolio de la violencia y las armas, en contraste con cualquier tipo de violencia revolucionaria de clase. Por otra parte, la gran mayoría de la población de Gaza sigue siendo un proletariado excedente desechable; carne de cañón.

Hamás y la trampa del campismo “antiimperialista”

Sobre esta base, el ataque del 7 de octubre de Hamás y sus colaboradores en Israel fue un acto de guerra por parte de lo que hasta entonces había sido la autoridad estatal de facto en Gaza. No fue un acto de resistencia por parte de un movimiento, ni tuvo un carácter proletario o revolucionario. No puede servir de modelo ni de brújula para las luchas proletarias. Su objetivo principal era invertir la situación que se estaba configurando con los Acuerdos de Abraham y alterar el equilibrio geopolítico en Medio Oriente. En segundo lugar, sirvió temporalmente para abordar la crisis de legitimidad interna de Hamás en Gaza; como demostraron las recientes manifestaciones masivas contra Hamás. Considerando el resultado, es decir, la respuesta absolutamente atroz del Estado israelí, el ataque no sirvió —ni podría haber servido— a los intereses y necesidades de la población palestina, que ya vivía en condiciones de apartheid y desplazamiento por parte del Estado israelí. Apuntó a objetivos militares y no militares por igual e intentó aterrorizar a la población enemiga, como cualquier acción militar estatal, aunque a una escala mucho menor. Sin embargo, contar cadáveres y comparar masacres es ajeno a cualquier perspectiva proletaria. La inmensa mayoría de los muertos en la guerra capitalista son nuestros propios muertos.

Grecia del lado de Israel: intereses económicos y rivalidades geopolíticas

Como ya se ha mencionado, la guerra de Gaza forma parte de un conflicto imperialista más amplio. El Estado griego ya nos está involucrando de lleno dentro de este conflicto, aumentando el gasto militar, proporcionando instalaciones y participando activamente en los planes de batalla del bloque “occidental”. Por un lado, hay razones económicas inmediatas por las que el gobierno griego apoya a Israel: la cooperación entre el capital griego e israelí desde armamento (INTRACOM Defense) hasta bienes raíces y desde el proyecto de interconexión eléctrica Grecia-Chipre-Israel hasta muchas otras colaboraciones sectoriales. Aún más importante es la alianza entre Grecia e Israel contra el creciente poder geopolítico de Turquía. En este contexto, se ha formado un frente informal Grecia-Chipre-Israel con ejercicios militares conjuntos, planes (abortados) para construir un gasoducto de gas natural (EastMed) que sortearía las redes de distribución rusas, intercambio de información, coordinación diplomática sobre la definición de Zonas Económicas Exclusivas, etc. Por otro lado, está el contexto más amplio de la competencia entre los bloques imperialistas “occidentales” y los llamados “euroasiáticos”. Esto incluye el plan para conectar India, Medio Oriente y Europa (IMEC), que evitará rutas marítimas como el Canal de Suez, el Estrecho de Bab el-Mandeb y potencialmente incluso el Estrecho de Ormuz, quitando poder geopolítico a los Estados que actualmente los controlan. Este plan cuenta con el apoyo de Estados Unidos, la Unión Europea, Arabia Saudí, los Emiratos Árabes Unidos e India. Aunque este plan no tenga éxito, como suele ocurrir con este tipo de planes, es un método para ejercer influencia geopolítica sobre las partes implicadas.

De la crisis de la “globalización” al capitalismo de Estado y la economía de guerra

El apoyo de Grecia a Israel no está relacionado únicamente con los intereses económicos directos del capital griego o con los intereses geopolíticos inmediatos del Estado griego. Más bien, refleja cambios más amplios tanto en el sistema global de Estados-nación capitalistas como en los regímenes de acumulación dentro de las formaciones sociales nacionales económicamente avanzadas. La crisis capitalista desde 2008 también ha sido una crisis del modelo de “globalización”, evidenciada por el resurgimiento del proteccionismo, con la imposición y el aumento de aranceles al comercio internacional. Esta nueva era de proteccionismo coincide con un aumento de la intervención estatal, lo que señala el surgimiento de una nueva forma de “capitalismo de Estado”, caracterizado por economías de guerra y significativas inversiones desde los llamados “fondos soberanos de riqueza”, que se han expandido enormemente en los últimos años. Las grandes potencias están desarrollando sistemas de planificación destinados a aumentar su poder económico y militar, reemplazando los vínculos económicos mundiales regulados por el mercado e inaugurando una nueva fase de reproducción capitalista.

Esta es también la base de la intensificación de la rivalidad imperialista y de los conflictos militares para asegurarse tierras, recursos y mano de obra. Esta es también la razón del consenso entre todos los partidos (excepto el Partido Comunista Griego) sobre el aumento del gasto militar en el marco del programa ReArm Europe. Los principales bloques en la nueva escalada del conflicto por las materias primas, los mercados, el liderazgo tecnológico, las esferas de influencia y la hegemonía cultural son, por un lado, Estados Unidos como potencia hegemónica existente y, por otro, China como potencia imperialista emergente con ambiciones de hegemonía global. Estados Unidos cuenta con el apoyo de las principales potencias de la Unión Europea, Japón, Reino Unido y Australia, junto con Israel y Arabia Saudí; opuestos a ellos, alineados con China, están Rusia, Bielorrusia, Irán y Corea del Norte. Otros poderosos países del “Sur Global” —India, Brasil, Indonesia y Sudáfrica— aún no se han alineado definitivamente con ninguno de los dos bloques. En este conflicto, Grecia se alinea con el bloque imperialista “occidental” y lo apoya. Además, con su participación en este conflicto, pretende mejorar su posición y poder regionales, por ejemplo, mediante el posible establecimiento de una Zona Económica Exclusiva (ZEE) más amplia, como lo demuestra la presencia de buques de guerra en el mar de Libia. Por supuesto, estas formaciones no son monolíticas y no excluyen la cooperación entre países pertenecientes a bloques diferentes. Al fin y al cabo, se trata de “hermanos enemigos”: la competencia no excluye la cooperación, que puede ir seguida de un conflicto armado.

Contra el “campismo”: una respuesta de clase internacionalista a la guerra capitalista

Si no resistimos ahora por todos los medios posibles a esta escalada bélica, pronto nos encontraremos entre la espada y la pared. Desde la perspectiva de los intereses proletarios, no existen guerras “justas” o “defensivas”. Tales distinciones son una mistificación que oculta el conflicto entre capitales nacionales y bloques imperialistas por el control de los mercados de capitales y materias primas, esferas de influencia y mano de obra barata. Cada parte envuelta en una guerra presenta su propio papel como “defensivo” y “justo”. Una victoria del Estado más débil lo hace más fuerte, reiniciando de nuevo el círculo vicioso, como lo ha demostrado la experiencia histórica. La derrota de un poder estatal más fuerte implica necesariamente el fortalecimiento del Estado-nación oponente y la movilización de la población en torno a él. Cualquier resistencia de clase debe ser aplastada para imponer la paz social y la unidad nacional.

En el pasado, el apoyo a los nacionalismos “débiles” y a sus respectivos Estados se disimulaba tras el fortalecimiento del llamado campo socialista. Hoy, ausente incluso esta pretensión, se abandona la crítica al capitalismo en favor de las distinciones culturales entre Occidente y Oriente o Norte y Sur, proclamadas por la ideología “anticolonial” y las políticas identitarias contemporáneas. Esta distinción es claramente irracional, mítica y reaccionaria, ya que el capitalismo es un sistema universal y global: “[ha] convertido todo el planeta en su campo de operaciones”, aunque la opresión religiosa, étnica y nacional obviamente sigue existiendo y no es “privilegio” de Estados específicos. La antigua y espectacular pseudo dicotomía, capitalismo versus “socialismo”, ha sido reemplazada por una nueva, desprovista de toda pretensión de emancipación social, como lo ejemplifica el apoyo “antiimperialista” a Irán, Rusia o China, salvo por la invocación de una hueca “teoría de las etapas”. El apoyo a un campo imperialista, o campismo, es inherente a la ideología antiimperialista porque proporciona un análisis de arriba hacia abajo enfocado en los conflictos entre Estados, en lugar de una perspectiva proletaria arraigada en el conflicto global entre el capital y el proletariado. El apoyo a las fuerzas del “otro bando” y a los movimientos de liberación nacional asociados a ellas ni siquiera puede provocar el derrocamiento del imperialismo, que es inherente al capitalismo. Objetivamente, la posición política de apoyar a un bando imperialista allana el camino para la militarización más amplia de la sociedad y la guerra capitalista. Los antiimperialistas llegan incluso a apoyar los programas nucleares de supuestos “Estados débiles”, lo que puede conducir a la culminación de la guerra capitalista y a la destrucción total.

La única salida a la espiral bélica es la acción proletaria internacionalista con un claro carácter anticapitalista. Nos negamos a ser cómplices de cualquier ejército y de cualquier Estado. No apoyaremos a ninguno de los bandos en guerra. La única solución frente a la guerra es la organización autónoma de clase que lucha contra el capital y el Estado en nuestro propio país y el apoyo práctico a los que se niegan a hacer el servicio militar. También implica el apoyo a los desertores y objetores de conciencia del “otro bando”, así como la solidaridad práctica con los colectivos políticos y sociales que luchan contra la guerra capitalista en Rusia, Ucrania, Israel, Palestina, Irán y en todas partes. En lugar de esta práctica, que es la condición mínima necesaria para no convertirnos en carne de cañón del capital, presenciamos calumnias inaceptables sobre el “colaboracionismo” y la “traición nacional” contra los camaradas anarquistas y comunistas y, más ampliamente, contra los colectivos de la clase trabajadora (por ejemplo, en Irán).

Precisamente en este contexto, debemos expresar nuestra solidaridad con los —ciertamente escasos— objetores de conciencia en Israel, así como con aquellas fuerzas dentro de Israel que se resisten al genocidio que se está llevando a cabo en Gaza. La identificación de toda la población con su Estado es falsa, como demuestra el hecho de que 100.000 reservistas no se presentaran a filas tras la ruptura del alto el fuego por parte del Estado israelí. Hay que confrontar los incidentes de odio nacionalista israelí cuando ocurran. La lógica de los ataques indiscriminados contra turistas israelíes es racista, ya que atribuye la responsabilidad colectiva a toda la población, a la vez que debilita la ya débil corriente de oposición a la guerra dentro de Israel.

Estamos en contra de la guerra capitalista y de cualquier implicación del Estado griego en ella, en contra de la militarización de la sociedad y del aumento del gasto militar que se produce a expensas del salario social. Luchamos por la creación de un movimiento proletario internacionalista que no se someta a los intereses nacionales, al Estado y al capital, expresando solidaridad práctica con los colectivos proletarios y políticos —comunistas y anarquistas— que luchan en los países devastados por la guerra. Nuestro objetivo es construir lazos y comunicación con los proletarios internacionalistas. Sólo a través de la unidad global del proletariado podremos derrocar esta barbarie impuesta por los Estados y el capital. No debemos dejarnos arrinconar, sino acabar con la guerra capitalista luchando contra quienes la provocan. Nuestra guerra no es nacional ni religiosa. Es una guerra de clases social y antiestatal.

Asamblea Internacionalista contra la Guerra